NUESTRO PUEBLO DE MOGUER, EL CUAL PODÉIS VISITAR E INCLUSO FOTOGRAFIAROS, BIEN DE JUAN RAMÓN O DE ZENOBIA
ASÍ HA QUEDADO NUESTRO PLATERO DE LA BIBLIOTECA, LLENO DE MARIPOSAS Y DESEOS
UNA MUESTRA DE... ¡ VUESTROS MARCAPÁGINAS DE PLATERO!
CÓMICS DE PLATERO Y YO
ASÍ HA QUEDADO NUESTRO PLATERO DE LA BIBLIOTECA, LLENO DE MARIPOSAS Y DESEOS
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UNA MUESTRA DE... ¡ VUESTROS MARCAPÁGINAS DE PLATERO!
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¡HAN QUEDADO SIMPÁTICOS! |
CÓMICS DE PLATERO Y YO
CAPÍTULO UNO - PLATERO
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera,que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ¿Platero? y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal... Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas,las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ¿Platero? y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal... Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas,las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...;pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo,
los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se
quedan mirándolo: —Tien’ asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
CAPÍTULO NOVENO- LAS BREVAS
Fue el alba neblinosa y cruda, buena para las brevas, y,con las seis, nos fuimos a comerlas a la Rica.
Aún, bajo las grandes higueras centenarias, cuyos troncos grises enlazaban en la sombra fría, como bajo una falda, sus muslos opulentos, dormitaba la noche; y las anchas hojas —
que se pusieron Adán y Eva— atesoraban un fino tejido de
perlillas de rocío que empalidecía su blanda verdura Desde allí dentro se
veía,entre la baja esmeralda viciosa, la aurora que rosaba, más
viva cada vez, los velos incolores del Oriente....
Corríamos, locos, a ver quién llegaba antes a cada dahiguera. Rociíllo cogió conmigo la primera hoja de una, en
un sofoco de risas y palpitaciones “Toca aquí.” Y me ponía mi
mano,con la suya, en su corazón, sobre el que el pecho joven
subía y bajaba como una menuda ola prisionera. Adela apenas sabía correr, gordiflona y chica, y se enfadaba desde lejos. Le
arranqué a Platero unas cuantas brevas maduras y se las puse sobre el asiento de una cepa vieja, para que no se aburriera.
El tiroteo lo comenzó Adela, enfadada por su torpeza, con risas en la boca y lágrimas en los ojos. Me estrelló una
breva en la frente. Seguimos Rociíllo y yo y, más que nunca por la boca, comimos brevas por los ojos, por la nariz, por las
mangas, por la nuca, en un griterío agudo y sin tregua que caía, con las brevas desapuntadas, en las viñas frescas del amanecer. Una breva le dió a Platero, y ya fue el blanco de la locura.
Como elinfeliz no podía defenderse ni contestar, yo tomé su
partido; y un diluvio blando y azul cruzó el aire puro, en todas
direcciones,como una metralla rápida.
Un doble reír, caído y cansado, expresó desde el suelo el femenino rendimiento.
CAPÍTULO DOCE- LA PÚA
Entrando en la dehesa de los Caballos, Platero ha comenzado a cojear. Me he echado al suelo...
—Pero, hombre, ¿qué te pasa?
Platero ha dejado la mano derecha un poco levantada, mostrando la ranilla, sin fuerza y sin peso, sin tocar casi
con el casco la arena ardiente del camino.
Con una solicitud mayor, sin duda, que la del viejo Darbón, su médico, le he doblado la mano y le he mirado la
ranilla roja. Una púa larga y verde, de naranjo sano, está clavada
en ella como un redondo puñalillo de esmeralda. Estremecido del
dolor de Platero, he tirado de la púa; y me lo he llevado al pobre
al arroyo de los lirios amarillos, para que el agua corriente
le lama, con su larga lengua pura, la heridilla.
Después hemos seguido hacia la mar blanca, yo delante, él detrás, cojeando todavía y dándome suaves topadas en la espalda.
Un día el canario verde, no sé cómo ni por qué, voló de su jaula. Era un canario viejo, recuerdo triste de una muerta, al que yo no había dado libertad por miedo de que se muriera de hambre o de frío, o de que se lo comieran los gatos.
Anduvo toda la mañana entre los granados del huerto, en el pino de la puerta, por las lilas. Los niños estuvieron, toda la mañana también, sentados en la galería, absortos en los breves vuelos del pajarillo amarillento. Libre, Platero holgaba junto a los rosales, jugando con una mariposa.
A la tarde, el canario se vino al tejado de la casa grande, y allí se quedó largo tiempo, latiendo en el tibio sol que declinaba. De pronto, y sin saber nadie cómo ni por qué, apareció en la jaula, otra vez alegre.
¡Qué alborozo en el jardín! Los niños saltaban, tocando las palmas, arrebolados y rientes como auroras; Diana, loca, los seguía, ladrándole a su propia y riente campanilla; Platero, contagiado, en un oleaje de carnes de plata, igual que un chivillo, hacía corvetas, giraba sobre sus patas, en un vals tosco, y poniéndose en las manos, daba coces al aire claro y suave.
CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO - LORD
No sé si tú, Platero, sabrás ver una fotografía. Yo se lashe enseñado a algunos hombres del campo y no veían nada enellas. Pues éste es Lord, Platero, el perrito foxterrier de
que aveces te he hablado. Míralo. Está, ¿lo ves?, en un cojín de
los del patio de mármol, tomando, entre las macetas de geranios, el
sol de invierno.
¡Pobre Lord! Vino de Sevilla cuando yo estaba allí pintando. Era blanco, casi incoloro de tanta luz, pleno como
un muslo de dama, redondo e impetuoso como el agua en la boca
deun caño. Aquí y allá, mariposas posadas, unos toques negros.
Sus ojos brillantes eran dos breves inmensidades de sentimientos de nobleza. Tenía vena de loco. A veces, sin razón, se ponía a dar vueltas vertiginosas entre las
azucenas del patio de mármol, que en mayo lo adornan todo, rojas,
azules,amarillas de los cristales traspasados de sol de la montera,
como los palomos que pinta don Camilo... Otras se subía a los tejados y promovía un alboroto piador en los nidos de los aviones... La Macaria lo enjabonaba cada mañana, y estaba tan radiante siempre como las almenas de la azotea sobre el
cielo azul, Platero.
Cuando se murió mi padre pasó toda la noche velándolo junto a la caja. Una vez que mi madre se puso mala se echó a los pies de su cama y allí se pasó un mes sin comer ni
beber...
Vinieron a decir un día a mi casa que un perro rabioso lo
había mordido... Hubo que llevarlo a la bodega del Castillo y
atarlo allí al naranjo, fuera de la gente.
La mirada que dejó atrás por la callejuela cuando se lo llevaban sigue agujereando mi corazón como entonces,Platero; igual que la luz de una estrella muerta, viva
siempre con la exaltada intensidad de su doloroso sentimento.
Cada vez que un sufrimiento material me punza el corazón, surge ante mí, larga como la vereda de la vida a la eternidad, digo, del arroyo al pino de la Corona, la mirada
que Lord dejó en él para siempre cual una huella macerada.
CAPÍTULO SETENTA Y UNO- LA PERRA PARIDA
CAPÍTULO NOVENTA Y SEIS - LA GRANADA
CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y DOS- LA MUERTE
Cada vez que un sufrimiento material me punza el corazón, surge ante mí, larga como la vereda de la vida a la eternidad, digo, del arroyo al pino de la Corona, la mirada
que Lord dejó en él para siempre cual una huella macerada.
CAPÍTULO SETENTA Y UNO- LA PERRA PARIDA
La perra de que te hablo, Platero, es la de Lobato,el tirador. Tú la conoces bien, porque la hemos encontrado muchas veces por el camino de los Llanos... ¿Te acuerdas?
Aquella dorada y blanca, como un poniente anubarrado de mayo... Parió cuatro perritos, y Salud, la lechera, se los
llevó a su choza de las Madres porque se le estaba muriendo un niño, y don Luis le había dicho que le diera caldo de perritos. Tú
sabes bien lo que hay de la casa de Lobato al puente de las
Madres, por la pasada de las Tablas...
Platero, dicen que la perra anduvo como loca todo aquel día, entrando y saliendo, asomándose a los caminos,encaramándose en los vallados, oliendo a la gente... Todavía
a la oración la vieron, junto a la casilla del celador, en los
Hornos,aullando tristemente sobre unos sacos de carbón contra el
ocaso.
Tú sabes bien lo que hay de la calle de en medio a la pasada de las Tablas... Cuatro veces fue y vino la perra
durante la noche, y cada una se trajo a un perrito en la boca,
Platero. Y al amanecer, cuando Lobato abrió su puerta, estaba la perra en
el umbral mirando dulcemente a su amo, con todos los perritos agarrados, en torpe temblor, a sus tetillas rosadas y
llenas...
CAPÍTULO SETENTA Y SIETE - EL VERGEL
Como hemos venido a la capital, he querido que Platero vea El Vergel... Llegamos despacito, verja abajo, en la
grata sombra de las acacias y de los plátanos, que están cargados todavía. El paso de Platero resuena en las grandes losas que abrillanta el riego, azules de cielo a trechos, y a trechos
blancas de flor caída, que, con el agua, exhala un vago aroma dulce
y fino.
¡Qué frescura y qué olor salen del jardín, que empapa también el agua, por la sucesión de los claros de yedra
goteante de la verja! Dentro, juegan los niños. Y entre su oleada
blanca pasa, chillón y tintineador, el cochecillo del paseo, con
sus banderitas moradas y su toldillo verde; el barco del
avellanero, todo engalanado de granate y oro, con las jarcias ensartadas de cacahuetes y su chimenea humeante; la niña de los globos,con su gigantesco racimo volador, azul, verde y rojo; el barquillero, rendido bajo su lata roja... En el cielo, por
la masa de verdor tocado ya del mal otoño, donde el ciprés y la
palmera perduran, mejor vistos, la luna amarillenta se va
encendiendo,entre nubecillas rosas...
Ya en la puerta, y cuando voy a entrar en El Vergel, me dice el hombre azul que lo guarda con su caña amarilla y sugran reloj de plata:
—Er burro no pué’entrá, zeñó.
—¿El burro? ¿Qué burro?— le digo yo, mirando más allá
de Platero, olvidado, naturalmente, de su forma animal.
—¡Qué burro ha de zé, zeñó; qué burro ha de zéee...!
Entonces, ya en la realidad, como Platero no pude entrar por ser burro, yo, por ser hombre, no quiero entrar, y me
voy de nuevo con él, verja arriba, acariciándolo y hablándole de
otra cosa...
CAPÍTULO SETENTA Y NUEVE -ALEGRÍA
CAPÍTULO SETENTA Y NUEVE -ALEGRÍA
Platero juega con Diana, la bella perra blanca que se parece a la luna creciente, con la vieja cabra gris, con los
niños...
Salta Diana, ágil y elegante, delante del burro, sonando suleve campanilla, y hace como que le muerde los hocicos. Y Platero, poniendo las orejas en punta, cual dos cuernos de
pita, la embiste blandamente y la hace rodar sobre la hierba en
flor.
La cabra va al lado de Platero, rozándose a sus patas, tirando con los dientes de la punta de las espadañas de la carga. Con una clavellina o con una margarita en la boca, se pone frente a él, le topa en el testuz, y brinca luego, y
baja alegremente, mimosa, igual que una mujer...
Entre los niños, Platero es de juguete. ¡Con qué paciencia sufre sus locuras! ¡Cómo va despacito, deteniéndose, haciéndose el tonto, para que ellos no se caigan! ¡Cómo los asusta, iniciando, de pronto, un trote falso!
Tú no lo conociste. Se lo llevaron antes que tú vinieras.De él aprendí la nobleza. Como ves, la tabla con su nombre
sigue sobre el pesebre que fué suyo, en el que están su silla, su bocado y su cabestro.
¡Qué ilusión cuando entró en el corral por vez primera, Platero! Era marismeño y con él venía a mí un cúmulo de fuerza, de vivacidad, de alegría. ¡Qué bonito era! Todas las mañanas, muy temprano, me iba con él ribera abajo y galopaba por las marismas levantando las bandadas de grajos que me rodeaban por los molinos cerrados. Luego subía por la
carretera y entraba, en duro y cerrado trote corto, por la calle Nueva.
Una tarde de invierno vino a mi casa monsieur Dupont, el de las bodegas de San Juan, su fusta en la mano. Dejó sobre
el velador de la salita unos billetes y se fue con Lauro hacia
el corral. Después, ya anochecido, como en un sueño, vi pasar por la ventana a monsieur Dupont con Almirante, enganchado en su charret, calle Nueva arriba, entre la lluvia.
No sé cuántos días tuve el corazón encogido. Hubo que llamar al médico y me dieron bromuro y éter y no sé qué más,
hasta que el tiempo, que todo lo borra, me lo quitó del
pensamiento, como me quitó a Lord y a la niña también, Platero.
Sí, Platero. ¡Qué buenos amigos hubierais sido Almirante y tú!
CAPÍTULO NOVENTA Y SEIS - LA GRANADA
¡Qué hermosa esta granada, Platero! Me la ha mandado Aguedilla, escogida de lo mejor de su arroyo de las Monjas.Ninguna fruta me hace pensar, como ésta, en la frescura del agua que la nutre. Estalla de salud fresca y fuerte. ¿Vamos
acomérnosla?
¡Platero, qué grato gusto amargo y seco el de la piel, dura y agarrada como una raíz a la tierra! Ahora, el primer dulzor, aurora hecha breve rubí, de los granos que se vienen pegados a la piel. Ahora, Platero, el núcleo apretado, sano,
completo, con sus velos finos, el exquisito tesoro de amatistas comestibles, jugosas y fuertes, como el corazón de no sé qué
reina joven. ¡Qué llena está, Platero! Ten, come. ¡Qué rica! ¡Con
qué fruición se pierden los dientes en la abundante sazón alegre
y roja! Espera, que no puedo hablar. Da al gusto una sensación como la del ojo perdido en el laberinto de colores inquietos
de un calidoscopio. ¡Se acabó!
Yo ya no tengo granados, Platero. Tú no viste los del corralón de la bodega de la calle de las Flores. Ibamos por
las tardes... Por las tapias caídas se veían los corrales de las casas de la calle del Coral, cada uno con su encanto, y el campo, y el río. Se oía el toque de las cornetas de los carabineros y la fragua de Sierra... Era el descubrimiento
de una parte nueva del pueblo que no era la mía, en su plena poesía diaria. Caía el sol y los granados se incendiaban
como ricos tesoros, junto al pozo en sombra que desbarataba la higuera llena de salamanquesas...
¡Granada, fruta de Moguer, gala de su escudo! ¡Granadas abiertas al sol grana del ocaso! ¡Granadas del huerto de las Monjas, de la cañada del Peral, de Sabariego, con
los reposados valles hondos con arroyos donde se queda el cielo rosa, como en mi
pensamiento, hasta bien entrada la noche!
CAPÍTULO CIENTO VEINTIDOS - NOCHE DE REYES
¡Qué ilusión, esta noche, la de los niños, Platero! No era posible acostarlos. Al fin, el sueño los fue rindiendo: a
uno, en una butaca; a otro, en el suelo, al arrimo de la chimenea; a Blanca, en una silla baja; a Pepe, en el poyo de la ventana,
la cabeza sobre los clavos de la puerta, no fueran a pasar los Reyes... Y ahora, en el fondo de esta afuera de la vida, se siente como un gran corazón pleno y sano, el sueño de todos,
vivo y mágico.
Antes de la cena, subí con todos. ¡Qué alboroto por la escalera, tan medrosa para ellos otras noches! ‘’A mí no me
da miedo de la montera, Pepe; ¿y a ti?’’, decía Blanca, cogida muy
fuerte de mi mano. Y pusimos en el balcón, entre las cidras, los zapatos de todos. Ahora, Platero, vamos a vestirnos
Montemayor, tita, María Teresa, Polilla, Perico, tú y yo, con sábanas y
colchas y sombreros antiguos. Y a las doce pasaremos ante la ventana de los niños en cortejo de disfraces y de luces, tocando almireces, trompetas y el caracol que está en el último
cuarto.
Tú irás delante conmigo, que seré Gaspar y llevaré unas barbas blancas de estopa, y llevarás, como un delantal, la bandera de Colombia, que he traído de casa de mi tío, el cónsul... Los niños, despertados de pronto, con el sueño colgado aún, en jirones, de los ojos asombrados, se asomarán en camisa a los cristales, temblorosos y maravillados.
Después, seguiremos en su sueño toda la madrugada, y mañana, cuando, ya tarde, los deslumbre el cielo azul por los
postigos, subirán, a medio vestir, al balcón, y serán dueños de todo
el tesoro.
El año pasado nos reímos mucho. ¡Ya verás cómo nos vamos a divertir esta noche, Platero, camellito mío!
Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes. Fuí a él, lo acaricié hablándole, y quise
que se levantara...
El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano arrodillada... No podía... Entonces le tendí su mano en el
suelo, lo acaricié de nuevo con ternura, y mandé venir a su médico.
El viejo Darbón, así que lo hubo visto, sumió la enorme boca desdentada hasta la nuca y meció sobre el pecho la cabeza congestionada, igual que un péndulo.
—Nada bueno, ¿eh?
No sé qué contestó... Que el infeliz se iba... Nada... Que un dolor... Que no sé qué raíz mala... La tierra, entre la
yerba...
A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su
pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas,
que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza...
Por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez que pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una
bella mariposa de tres colores...
CAPITULO CIENTO TREINTA Y CINCO- MELANCOLÍA
CAPITULO CIENTO TREINTA Y CINCO- MELANCOLÍA
Esta tarde he ido con los niños a visitar la sepultura de Platero, que está en el huerto de la Piña, al pie del pino redondo y paternal. En torno, abril había adornado la tierra húmeda de grandes lirios amarillos.
Cantaban los chamarices allá arriba, en la cúpula verde, toda pintada de cenit azul, y su trino menudo, florido y
reidor, se iba en el aire de oro de la tarde tibia, como un claro sueño
de amor nuevo.
Los niños, así que iban llegando, dejaban de gritar. Quietos y serios, sus ojos brillantes en mis ojos me
llenaban de preguntas ansiosas.
—¡Platero, amigo!—le dije yo a la tierra—; si, como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu
lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá,
olvidado?
Platero, dime: ¿te acuerdas aún de mí?
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