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domingo, 24 de noviembre de 2013

DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO

  El viernes 22 de noviembre celebramos en nuestro centro "el dia internacional contra la violencia de género " con la representación  en forma de guiñol del cuento : "ACACIA Y EL VIENTO" de Mercedes Martín Alfaya, ganadora del 2ºpremio del Certamen "Contando en Igualdad" 2008. Esta estupenda actividad, fue organizada por nuestra coordinadora del Plan de Igualdad junto con la Concejalía del Ayuntamiento de Huétor Vega.




Había una vez una arbolita a la que le gustaba el aire, el sol, las nubes y hablar con sus amigos. La arbolita era pequeña y se llamaba Acacia.
—Cuando sea mayor, llegaré hasta el cielo con mis ramas y daré sombrita y reposo a los niños y las niñas que se acerquen a mí —contaba Acacia a las libélulas y a los pájaros, mientras la lluvia limpiaba sus hojas.
Aquel invierno, las nubes trajeron copitos blancos para alfombrar el bosque.
—Señor gorrión, señora gorriona, aquí pueden instalarse —decía nuestra arbolita mostrándole algunas de sus ramas en las que no había nieve.
Al llegar la primavera, florecieron los campos y los pajarillos habían sobrevivido al frío gracias a la generosidad de Acacia.

Un día, a la hora de la siesta, cuando los pinos se miran en el río y los sapos duermen en las charcas, Acacia habló con un árbol que dijo llamarse Robledo. El árbol saludó a la arbolita y le preguntó si quería ser su amiga.
—Claro que sí —contestó ella risueña—. ¿Cuántos años tienes?
—Once —dijo Robledo —, ¿y tú?
—Yo tengo diez, pero sé contar historias.
—Ah, qué bien —contestó el árbol. Y jugaron a mover las ramas para saludar a los aviones.
Con el tiempo, Acacia y Robledo crecieron, se hicieron novios y se casaron. Pero ocurrió que, al poco tiempo, Robledo desplegó todas sus ramas sobre ella.
—¿Qué haces, Robledo? No veo nada.
Robledo le dijo que a partir de ese momento él cuidaría de ella y la protegería de los pájaros, de la nieve y de todo lo que pudiera molestarla.
—Pero..., yo no necesito que me protejas. Si me cubres con tus ramas, no podré ver el sol, ni me llegará el aire, ni podré conversar con las nubes; me quedaré triste y dejaré de florecer… —se quejó nuestra arbolita.
Sin embargo, Robledo no le hizo caso, incluso añadió:
—Yo te soplaré cuando quieras aire y te calentaré cuando necesites sol.
Y así fue como Acacia se quedó prisionera entre las enormes ramas con las que Robledo la envolvió.
De vez en cuando, entre las hojas, se colaba un rayito de sol y ella asomaba los ojillos para saludarlo. Robledo enseguida plegaba bien las hojas y todo volvía a la oscuridad.
Y ocurrió que como Acacia no podía crecer hacia arriba, comenzó a crecer hacia abajo. Extendió sus raíces en las profundidades y buscó aguas subterráneas y terrenos blanditos por los que moverse. Allí abajo no había sol, ni nubes, ni pájaros. Sin embargo, también existían lugares preciosos que descubrir y manantiales ocultos de agua fresquita y transparente que la ayudaron a sobrevivir.
El viento, que va recorriendo el bosque para limpiar las hojas secas de los árboles, enseguida se dio cuenta de lo que ocurría.
—Oye, Robledo, ¿por qué no te apartas un poco y dejas que Acacia disfrute y crezca igual que tú? —dijo el viento.
Pero Robledo no hizo caso y siguió tapando a su mujer sin dejarla apenas respirar.
El viento, entonces, se enfadó tanto que comenzó a soplar.
Fsssssssss. Fusssssssss. Uuuuuuuussss
Y sopló…
Y sopló…
Y sopló tan fuerte que todos los árboles que no estaban bien agarrados al suelo salieron volando; entre ellos Robledo, cuyas raíces apenas tocaban la tierra.

Acacia se había quedado tan pequeña y escuchimizada, que más que una arbolita parecía un arbusto. Sin embargo, sus raíces eran tan profundas que la mantuvieron en tierra a pesar del vendaval.
De Robledo, se sabe que fue dando tumbos por los campos hasta perder todas sus ramas, y que un leñador lo descubrió junto al río y se lo llevó a casa por si necesitaba leña para el fuego.
Aquel verano, Acacia volvió a ver el sol y sus ramas lucían tan fuertes que todos los pájaros querían colocar allí sus nidos. Y así fue como el viento liberó a nuestra arbolita de Robledo, un árbol cabezota, que no comprendía que los arbolitos y las arbolitas deben crecer juntos pero respetando el espacio y las necesidades de cada uno. Ahora, Acacia se ha convertido en una arbolita preciosa, que se pasa el día contando historias a las nubes, para que las guarden en sus maletas viajeras y las lleven a otros lugares donde haya niños y niñas a las que les gusten los cuentos.
Si alguna vez escuchas rugir al viento, no te asustes, seguro que está enfadado porque algún árbol, como Robledo, se empeña en adueñarse de otro y no le deja crecer.


     ¡DISFRUTANDO TODOS DE LA REPRESENTACIÓN DE ESTE MAGNÍFICO CUENTO!




                                             


 


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