Había
una vez una arbolita a la que le gustaba el aire, el sol, las nubes y
hablar con sus amigos. La arbolita era pequeña y se llamaba Acacia.
—Cuando
sea mayor, llegaré hasta el cielo con mis ramas y daré sombrita y
reposo a los niños y las niñas que se acerquen a mí —contaba Acacia a
las libélulas y a los pájaros, mientras la lluvia limpiaba sus hojas.
Aquel invierno, las nubes trajeron copitos blancos para alfombrar el bosque.
—Señor
gorrión, señora gorriona, aquí pueden instalarse —decía nuestra
arbolita mostrándole algunas de sus ramas en las que no había nieve.
Al llegar la primavera, florecieron los campos y los pajarillos habían sobrevivido al frío gracias a la generosidad de Acacia.
Un
día, a la hora de la siesta, cuando los pinos se miran en el río y los
sapos duermen en las charcas, Acacia habló con un árbol que dijo
llamarse Robledo. El árbol saludó a la arbolita y le preguntó si quería
ser su amiga.
—Claro que sí —contestó ella risueña—. ¿Cuántos años tienes?
—Once —dijo Robledo —, ¿y tú?
—Yo tengo diez, pero sé contar historias.
—Ah, qué bien —contestó el árbol. Y jugaron a mover las ramas para saludar a los aviones.
Con
el tiempo, Acacia y Robledo crecieron, se hicieron novios y se casaron.
Pero ocurrió que, al poco tiempo, Robledo desplegó todas sus ramas
sobre ella.
—¿Qué haces, Robledo? No veo nada.
Robledo le dijo que
a partir de ese momento él cuidaría de ella y la protegería de los
pájaros, de la nieve y de todo lo que pudiera molestarla.
—Pero...,
yo no necesito que me protejas. Si me cubres con tus ramas, no podré ver
el sol, ni me llegará el aire, ni podré conversar con las nubes; me
quedaré triste y dejaré de florecer… —se quejó nuestra arbolita.
Sin embargo, Robledo no le hizo caso, incluso añadió:
—Yo te soplaré cuando quieras aire y te calentaré cuando necesites sol.
Y así fue como Acacia se quedó prisionera entre las enormes ramas con las que Robledo la envolvió.
De
vez en cuando, entre las hojas, se colaba un rayito de sol y ella
asomaba los ojillos para saludarlo. Robledo enseguida plegaba bien las
hojas y todo volvía a la oscuridad.
Y ocurrió que como Acacia no
podía crecer hacia arriba, comenzó a crecer hacia abajo. Extendió sus
raíces en las profundidades y buscó aguas subterráneas y terrenos
blanditos por los que moverse. Allí abajo no había sol, ni nubes, ni
pájaros. Sin embargo, también existían lugares preciosos que descubrir y
manantiales ocultos de agua fresquita y transparente que la ayudaron a
sobrevivir.
El viento, que va recorriendo el bosque para limpiar las hojas secas de los árboles, enseguida se dio cuenta de lo que ocurría.
—Oye, Robledo, ¿por qué no te apartas un poco y dejas que Acacia disfrute y crezca igual que tú? —dijo el viento.
Pero Robledo no hizo caso y siguió tapando a su mujer sin dejarla apenas respirar.
El viento, entonces, se enfadó tanto que comenzó a soplar.
Fsssssssss. Fusssssssss. Uuuuuuuussss
Y sopló…
Y sopló…
Y
sopló tan fuerte que todos los árboles que no estaban bien agarrados al
suelo salieron volando; entre ellos Robledo, cuyas raíces apenas
tocaban la tierra.
Acacia se había quedado tan pequeña y
escuchimizada, que más que una arbolita parecía un arbusto. Sin embargo,
sus raíces eran tan profundas que la mantuvieron en tierra a pesar del
vendaval.
De Robledo, se sabe que fue dando tumbos por los campos
hasta perder todas sus ramas, y que un leñador lo descubrió junto al río
y se lo llevó a casa por si necesitaba leña para el fuego.
Aquel
verano, Acacia volvió a ver el sol y sus ramas lucían tan fuertes que
todos los pájaros querían colocar allí sus nidos. Y así fue como el
viento liberó a nuestra arbolita de Robledo, un árbol cabezota, que no
comprendía que los arbolitos y las arbolitas deben crecer juntos pero
respetando el espacio y las necesidades de cada uno. Ahora, Acacia se ha
convertido en una arbolita preciosa, que se pasa el día contando
historias a las nubes, para que las guarden en sus maletas viajeras y
las lleven a otros lugares donde haya niños y niñas a las que les gusten
los cuentos.
Si alguna vez escuchas rugir al viento, no te asustes,
seguro que está enfadado porque algún árbol, como Robledo, se empeña en
adueñarse de otro y no le deja crecer.
¡DISFRUTANDO TODOS DE LA REPRESENTACIÓN DE ESTE MAGNÍFICO CUENTO!